jueves, 4 de octubre de 2012

Ay la adultez...



Dicen por ahí que apenas uno empieza a trabajar ya es un adulto. O peor, hay quienes dicen que ser adulto se define con una cédula. A los 18 años. Pero yo tuve 18 años hace 6 y la adultez me sigue tomando de sorpresa. Sobre todo porque de repente me siguen pidiendo cédula para tomarme una cerveza y cuando muestro mi contraseña – sí contraseña porque me robaron los papeles hace 5 meses – siempre me piden otro papel de soporte que muestre que soy mayor de edad. Me alegra saber que tengo cara de 17 años, pues a los 30 me veré de 23, pero me asusta saber que de verdad no me veo ni me siento adulta por ningún lado.

Y es que hay que saber que la adultez no llega con un número, ni con un papel ni mucho menos con un contrato laboral. La adultez tampoco es ese paquete todo incluido de casa, carro, título, hijos y trabajo. De hecho ¿será que eso de volverse adulto sí pasa? La verdad yo sigo creyendo que sí, pero definitivamente es todo lo contrario a lo que a uno le contaron. Para variar, es otra cosa con la que nos engañaron de niños.

Viviéndola, porque ya soy una adulta según la Registraduría Nacional, puedo decir que la adultez es dejar de tener las cosas claras, acompañado de un cuerpo cada vez más quejumbroso con los excesos. Nada de salir de fiesta cada fin de semana y mucho menos de tomar hasta el amanecer. Eso el cuerpo lo cobra y lo cobra duro ¿o no?

Cuando tenía ocho años todo lo tenía claro, de hecho lo tenía clarísimo. Yo sólo tenía que bailar y cantar en mi cuarto hasta que fuera un poquito más grande y ahí podría ir a mi primera fiesta, bailaría con el amor de mi vida y viviría feliz para siempre. Supongo que bailando y cantando porque sería lo único que sabría hacer.

Pero claro, nunca me pregunté qué era vivir feliz para siempre. Hoy creo que la adultez incluye esa constante búsqueda hacia ese fin inalcanzable. Lo bueno es que saberlo inalcanzable no lo elimina. De hecho nos da una tarea eterna necesaria para vivir hasta los 100 años o más. Uno coge por un lado, lo duda, lo conoce, se entretiene, se aburre, vuelve a dudar, vuelve a pensar, sigue, se corre, se arrepiente de pronto o de pronto no y ¡pum! cambia y vuelve a empezar.

A mí me pintaron la adultez como un cuadro estático con corbatas, carteras y bebés. Hoy mi adultez es un cuarto de espejos, como el del Museo de los Niños. Uno se ve gordo, grande, feo, estirado, ve gente del otro lado, la encuentra, se le pierde, camina para atrás, para adelante y al final entiende que la adultez es ver cada vez más borroso. Supongo que el Museo de los Adultos es habitado por niños bailando en un cuarto con cuadros estáticos.


Y quien sabe, de pronto encontraremos gafas que nos quiten lo borroso y eso se llamará vejez. Necesito ir al oftalmólogo.