Desechables. Inadaptados.
Dementes. Terroristas. Subnormales. Raros. Freaks. “Cockroaches”. Palabras
desde Colombia hasta Ruanda, que buscan afirmarle a quien las dice, que su
presencia en este mundo está por encima de la de quien intentan desdibujar. Que
su vida vale más. Que la de ellos no vale y que por esta razón deben
desaparecer.
Es el lenguaje como herramienta
para deshumanizar al otro, naturalizar su inferioridad y justificar su
desaparición. Pero lo aterrador de este
lenguaje no es sólo por quien lo promulga y por quien lo repite. Lo miedoso también
está en el silencio paralelo que se da alrededor de este discurso. Silencio de
los que no usamos esos adjetivos, pero tampoco nos preguntamos por quiénes son
esas personas a las que algunos nombran así. Personas que nosotros tampoco
conocemos, ni intentamos hacerlo.
Y por momentos me siento incluida
en este grupo. Por ejemplo, hasta hace muy poco conocí y empecé a
utilizar la expresión “habitantes de calle”. Al hacerlos habitantes, su rostro se
volvió más claro y su vida se acercó más a la mía. Los dos vivimos en este
mundo, del que no sabemos nada. Antes, no es que me sintiera superior, ni que
los quisiera eliminar, ni mucho menos liderar una
“limpieza social”. Pero, al no hablar de ellos, no tenían cara, no tenían vida. No
estaban.
El hecho de no pensar, ni incluir
en las conversaciones a un “otro” con el que se comparte un mismo espacio y un
mismo mundo, elimina su presencia, difumina su existencia y permite que las
trasgresiones y las punzadas hacia él o ella sean mayores. Su “ausencia” puede
llevar a acciones que, tal vez, no se harían así si ese “nadie” tuviera un rostro.
Esto pasa con "la de los tintos" en la oficina. Pasa con los “habitantes de
calle” que antes no tenían nombre. Pero también pasa en la guerra. Hoy pasa con los indígenas
Nasa, a quienes sólo ahora estamos empezando a llamar por su nombre. Por varios años, la locomotora minera y la lucha entre la guerrilla y el
ejército, no leS han dado un espacio dentro de lo narrado sobre lo que pasa en el Cauca.
Señalar, juzgar y criticar
deshumaniza. Pero no hablar, no preguntar y no conocer tampoco da vida. Es el
“No Name” como forma de no humanizar. Es dejar como “NN” a quien también
sonríe, siente, piensa, sufre y la embarra, como un humano más.
Amélie Agujeros
@HoyosMariaPaula